La industrialización
de Venezuela (1958-2012)
En Venezuela, la industrialización es un fenómeno tardío
en comparación con otros países de la región. Sus inicios
se ubican en la década del cincuenta y sesenta del
siglo pasado y los industriales han estado presentes en
el proceso de desarrollo del país desde que, en 1958,
se aprobó la Declaración de principios sobre política
industrial −según la cual el gobierno apoyaría el proceso
de industrialización del país− y desde enero de
1959, cuando se dictó el decreto número 512 Compre
venezolano.
En 1959, cuando se estableció el primer Programa
de catastro industrial y la obligación a las industrias
de registrarse ante la Dirección de Industrias del Ministerio
de Fomento, Venezuela contaba con unas 7 mil
500 empresas1
.
A principios de los años sesenta del siglo XX se promovieron
en el país parques industriales; se desarrollaron
urbanizaciones industriales como Los Cortijos,
Los Ruices, Boleíta, La Yaguara, Carapa, Antímano,
Cortada de Catia, Los Rosales y El Cementerio. En 1962
se emitió un decreto de desconcentración y se promovieron
organismos regionales de planificación. Ya en
1966 estaban terminados proyectos de parques industriales
en Cumaná, Barquisimeto, Coro, Maturín, Ciudad
Bolívar y la tercera etapa del Parque Industrial de Valencia.
Luego de Caracas, las zonas industriales se extendieron
hacia Guarenas, La Victoria, Tejerías, La Encrucijada
de Cagua, Maracay, Valencia, Barquisimeto,
Maracaibo y Matanzas. En junio de 1973 se crea la única
zona franca que todavía existe, la Industrial de Paraguaná,
que a finales de los años setenta y ochenta,
fue modelo de funcionamiento de zonas francas exitosas
para muchos países y que hoy languidece.
Fue una época en la que todos realizamos sacrificios
para favorecer el desarrollo industrial: el Estado renunciaba
a impuestos y destinaba grandes recursos para
invertir en obras y servicios; empresarios e industriales
invertían arriesgando capitales y generando fuentes de
trabajo y los consumidores debían adquirir productos
nacionales, conscientes de que en ocasiones eran más
costosos y de menor calidad que los importados.
Así, en la década del sesenta, a la par del desarrollo
de las áreas industriales mencionadas se crean la Corporación
Venezolana del Petróleo (CVP) y la Corporación
Venezolana de Guayana (CVG).
En 1961 aparece el Fondo Nacional de Investigaciones Agropecuarias y la Comisión de la Pequeña y Mediana Industria. En otro orden de ideas, por iniciativa del empresariado y el Poder Legislativo, en agosto de 1959 se creó el Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE) para promover el tema de la educación para el trabajo. Esa iniciativa del INCE continuó mucho tiempo después, cuando en 1975 se creó la Fundación Educación Industria (Fundei), con base en una ponencia de Roberto Salas Capriles, presidente del entonces Consejo Venezolano de la Industria (Conindustria), titulada Educación e industrialización, presentada en 1972 durante la III Asamblea Nacional de Cámaras y Asociaciones Industriales de Venezuela. Entre 1964-1968 se dio la primera fase del proceso de sustitución de importaciones orientada fundamentalmente a bienes intermedios. De ese período destaca la creación, en 1964, de la Empresa de Electrificación del Caroní (Edelca) y la Siderúrgica del Orinoco (Sidor). En 1968, 82% del consumo interno era abastecido por productores nacionales. Siendo todavía un país dependiente –como aún lo es hoy− de los ingresos petroleros, nadie discutía la importancia de la industrialización como motor para un desarrollo equilibrado del país, aun cuando ya en esa época surgieron críticas sobre mantener el proceso basado en la protección del mercado interno, especialmente por el avance gradual de la integración latinoamericana.
La persistencia de esas críticas que hablaban de la necesidad de avanzar el proceso a una nueva etapa llevó a los industriales a reorganizarse en otro gremio, específicamente manufacturero, y en febrero de 1970 surge el Consejo Venezolano de la Industria (Conindustria), siendo sus metas iniciales la creación de un programa de desarrollo para el sector y la presentación de propuestas para orientar la política económica del gobierno. A principios de los años setenta, conjuntamente con el ingreso de Venezuela al Pacto Andino en 1973, se dio inicio a una nueva etapa de desarrollo industrial y se adoptaron decisiones como un nuevo arancel de aduanas, un proyecto de Ley de incentivos a la exportación, otro del Fondo de Financiamiento a la Exportación, la promulgación de la Ley de mercado de capitales para favorecer la emisión de bonos y acciones de empresas privadas y la promulgación del decreto sobre normalización y control de calidad. Igualmente se dio la discusión sobre la importancia de la inversión extranjera que culminó con el establecimiento, en 1974, de la Superintendencia de Inversiones Extranjeras. El sector industrial creció sostenidamente al punto que pasó de representar 10,8% del Producto Interno Bruto (PIB) total en 1958, a 11,0% en 1963; 11,9% en 1968; 13,2% en 1973; 15% en 1978. Para 1998 el sector manufacturero representaba 17,4% del PIB2 . No cabe duda de que esta fue la etapa más fácil de la llamada sustitución de importaciones. Habrían de venir épocas más duras. Como dijimos, ya a fines de los años sesenta era evidente que el modelo de desarrollo proteccionista debía revisarse y entramos en los años setenta con un auge en los precios petroleros y los ingresos del país por este concepto; se dio entonces un incremento enorme de la demanda que no pudo ser cubierta por la industria nacional, lo que llevó a un crecimiento significativo de las importaciones y la aparición de un fenómeno que nos acompaña hasta nuestros días: la inflación.
En 1961 aparece el Fondo Nacional de Investigaciones Agropecuarias y la Comisión de la Pequeña y Mediana Industria. En otro orden de ideas, por iniciativa del empresariado y el Poder Legislativo, en agosto de 1959 se creó el Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE) para promover el tema de la educación para el trabajo. Esa iniciativa del INCE continuó mucho tiempo después, cuando en 1975 se creó la Fundación Educación Industria (Fundei), con base en una ponencia de Roberto Salas Capriles, presidente del entonces Consejo Venezolano de la Industria (Conindustria), titulada Educación e industrialización, presentada en 1972 durante la III Asamblea Nacional de Cámaras y Asociaciones Industriales de Venezuela. Entre 1964-1968 se dio la primera fase del proceso de sustitución de importaciones orientada fundamentalmente a bienes intermedios. De ese período destaca la creación, en 1964, de la Empresa de Electrificación del Caroní (Edelca) y la Siderúrgica del Orinoco (Sidor). En 1968, 82% del consumo interno era abastecido por productores nacionales. Siendo todavía un país dependiente –como aún lo es hoy− de los ingresos petroleros, nadie discutía la importancia de la industrialización como motor para un desarrollo equilibrado del país, aun cuando ya en esa época surgieron críticas sobre mantener el proceso basado en la protección del mercado interno, especialmente por el avance gradual de la integración latinoamericana.
La persistencia de esas críticas que hablaban de la necesidad de avanzar el proceso a una nueva etapa llevó a los industriales a reorganizarse en otro gremio, específicamente manufacturero, y en febrero de 1970 surge el Consejo Venezolano de la Industria (Conindustria), siendo sus metas iniciales la creación de un programa de desarrollo para el sector y la presentación de propuestas para orientar la política económica del gobierno. A principios de los años setenta, conjuntamente con el ingreso de Venezuela al Pacto Andino en 1973, se dio inicio a una nueva etapa de desarrollo industrial y se adoptaron decisiones como un nuevo arancel de aduanas, un proyecto de Ley de incentivos a la exportación, otro del Fondo de Financiamiento a la Exportación, la promulgación de la Ley de mercado de capitales para favorecer la emisión de bonos y acciones de empresas privadas y la promulgación del decreto sobre normalización y control de calidad. Igualmente se dio la discusión sobre la importancia de la inversión extranjera que culminó con el establecimiento, en 1974, de la Superintendencia de Inversiones Extranjeras. El sector industrial creció sostenidamente al punto que pasó de representar 10,8% del Producto Interno Bruto (PIB) total en 1958, a 11,0% en 1963; 11,9% en 1968; 13,2% en 1973; 15% en 1978. Para 1998 el sector manufacturero representaba 17,4% del PIB2 . No cabe duda de que esta fue la etapa más fácil de la llamada sustitución de importaciones. Habrían de venir épocas más duras. Como dijimos, ya a fines de los años sesenta era evidente que el modelo de desarrollo proteccionista debía revisarse y entramos en los años setenta con un auge en los precios petroleros y los ingresos del país por este concepto; se dio entonces un incremento enorme de la demanda que no pudo ser cubierta por la industria nacional, lo que llevó a un crecimiento significativo de las importaciones y la aparición de un fenómeno que nos acompaña hasta nuestros días: la inflación.
Comienza también entonces a extenderse
otra de las plagas de nuestra economía:
los controles y regulaciones de precios, y a intensificarse
otro fenómeno que se ha maximizado
y distorsionado en los últimos años: la fuerte inversión
en empresas del Estado.
Es cierto que se tomaron algunas medidas para favorecer
a la industria privada, especialmente la automotriz,
como la desconcentración industrial, exoneraciones
de impuestos de importación y se intensificó el
control de calidad. Pero también se invirtió fuertemente
en las empresas del Estado: petroquímica, siderúrgica
y aluminio, proceso que concluyó con la estatización
del hierro y del petróleo a finales de la década,
que marcaron una tendencia estatista de la que no se
han podido librar los gobiernos venezolanos y la sociedad
como conjunto.
La industrialización comenzó a frenarse desde 1977,
y ya para esa época Conindustria señalaba algunas
causas: falta de planificación coherente, la necesidad
de reducir la intervención del Estado, la abundancia de
divisas producto del petróleo, el escaso desarrollo tecnológico
y la falta de mano de obra calificada. Al cierre
de este periodo, a finales de los setenta, las exportaciones
petroleras seguían representando 95% de los
ingresos de divisas del país. Si bien un par de décadas
más tarde, con el auge de los procesos de integración,
las exportaciones distintas al petróleo pasaron a ser un
factor importante en las estrategias y el discurso económico,
hoy en día, treinta años más tarde, nos encontramos
ante el mismo cuadro: las exportaciones petroleras
siguen representando más del 95% de los ingresos
en dólares del país.
Los industriales, y el país en general, conocieron en
la época de los ochenta el fenómeno del control cambiario
en un país generador neto de divisas. Sin duda,
al principio del ajuste cambiario se favoreció la dinámica
del sector industrial por las mayores dificultades
para importar, pero ese supuesto auge se revierte más
tarde debido a los bajos niveles de inversión pública y
privada, el deterioro del salario real, los problemas de
financiamiento y los retrasos en la obtención de materias
primas con los consiguientes alzas en costos de
producción.
Al debilitarse los precios del petróleo a partir de 1988
e intensificarse los problemas de las reservas internacionales,
cuyos atisbos se vieron en 1983, se puso sobre
el escenario el tema de la apertura económica impulsada
por ideas de globalización, favorecida por políticas
del Estado, y que como todo cambio profundo de reglas
de juego en lo económico, trajo los desajustes en lo
social y político que conocemos.
La apertura comercial y la incorporación del país de manera intensa a procesos de integración y organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), planteaban la necesidad de un programa de reconversión industrial que todavía hoy está pendiente en una buena parte de las industrias y empresas del país. En el período que se inició en 1999, Venezuela ha venido profundizado la ruta contraria a los cuarenta años anteriores, hacia la desindustrialización, pues el país ha crecido en estos años, fundamentalmente, por vía de los sectores no transables (comunicaciones, banca y seguros, comercio) en tanto que los sectores de generación de bienes y servicios (manufactura, construcción e incluso petróleo) han descendido en términos per cápita. El caso petrolero es quizás el más significativo, ya que su impacto económico se da a través de los precios y no por mayor producción. Sigue siendo el principal generador de las divisas del país, más del 95%, pero ha dejado de ser, como lo fue en el pasado, el motor que impulsa el crecimiento y desarrollo industrial. La posición de los industriales al respecto es bien conocida por todos y se concreta en lo que Conindustria ha denominado el cerco a la actividad privada, que no es solo una descripción de lo ocurrido y de sus resultados, sino un instrumento de análisis para sistematizar las leyes, políticas y prácticas que impiden o dificultan que el sector privado lleve a cabo su labor productiva.
La apertura comercial y la incorporación del país de manera intensa a procesos de integración y organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), planteaban la necesidad de un programa de reconversión industrial que todavía hoy está pendiente en una buena parte de las industrias y empresas del país. En el período que se inició en 1999, Venezuela ha venido profundizado la ruta contraria a los cuarenta años anteriores, hacia la desindustrialización, pues el país ha crecido en estos años, fundamentalmente, por vía de los sectores no transables (comunicaciones, banca y seguros, comercio) en tanto que los sectores de generación de bienes y servicios (manufactura, construcción e incluso petróleo) han descendido en términos per cápita. El caso petrolero es quizás el más significativo, ya que su impacto económico se da a través de los precios y no por mayor producción. Sigue siendo el principal generador de las divisas del país, más del 95%, pero ha dejado de ser, como lo fue en el pasado, el motor que impulsa el crecimiento y desarrollo industrial. La posición de los industriales al respecto es bien conocida por todos y se concreta en lo que Conindustria ha denominado el cerco a la actividad privada, que no es solo una descripción de lo ocurrido y de sus resultados, sino un instrumento de análisis para sistematizar las leyes, políticas y prácticas que impiden o dificultan que el sector privado lleve a cabo su labor productiva.
Los resultados están a la vista. El ingreso petrolero
en los últimos años ha sido casi 100% superior al de
los cuarenta años previos −697 mil 510 millones de US$
entre 1999 y 2012 vs. 340 mil 980 millones entre 1958
y 1998− sin embargo, el país cuenta hoy con casi 40%
menos industrias de la que tenía en 1999. Se han perdido
más de 250 mil empleos industriales directos, bien
remunerados. Se ha detenido la inversión privada e
incluso la pública. Tenemos un proceso inflacionario
desatado e incontrolable. Un ingreso per cápita en términos
reales, como porcentaje del PIB, inferior al que
teníamos en 1998. Tenemos un índice de escasez de
más de 20% y un índice de diversidad de apenas 109%.
Una deuda externa de 57% del PIB. Una brecha cambiaria
que estimula las importaciones y hace poco competitivos
los productos nacionales. En síntesis, un sector
manufacturero limitado por la falta de divisas, los
controles de precios y las amenazas de mayores inspecciones,
sanciones y expropiaciones.
De toda la descripción sucinta que hicimos de 55
años de historia industrial, nos interesaba rescatar dos
elementos: aquel espíritu de iniciativa y emprendimiento
de los pioneros industriales, de los padres de nuestra industria, y la idea del diálogo como factor fundamental
del progreso.
Pero no solamente esa actividad, la industrial, califica
al país que queremos. Lo ocurrido en los 55 años
referidos nos enseña varias lecciones importantes. La
más importante, como decíamos, es la necesidad del
diálogo, en todos los niveles, pero especialmente entre
los sectores público y privado de la economía, porque
donde no hay diálogo y concertación no hay progreso.
Trabajo armónico entre el sector público y privado es
la base para lograr el desarrollo sustentable y es el
ejemplo que nos dan todos los países del tercer mundo.
En Conindustria hemos iniciado una cruzada para
un país sin ellos y nosotros. Se trata de ver qué visión
común podemos tener entre los sectores público, privado,
laboral y la sociedad civil. Donde todos nos pleguemos
al diálogo para compartir objetivos y propuestas
y generar un espacio ganar-ganar.
Desde luego, cada quien lo hará desde sus valores
y principios y, si se quiere, desde su posición ideológica.
El Gobierno ha venido mostrando la suya en los
últimos catorce años, la cual hemos criticado y nos hemos
demostrado en franco desacuerdo. En lo conceptual
no hay compatibilidad con un modelo marxista,
comunista, el cual ha fracasado en todas partes en
donde ha intentado implantarse por diversas vías. Pero
estamos conscientes de que si necesitamos resultados,
tendremos que aceptar posiciones pragmáticas y habrá
que ver alternativas en donde se respete también el
papel del sector privado en la generación de empleo y
de riqueza para lograr el bienestar de la nación, y se
respete el punto de vista empresarial sobre la sociedad,
el desarrollo y el país.
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